¿Somos generosos por defecto?
Blog, P2P Economy
17/03/2013
Por @JaviCreus para nuestra revista amiga Yorokobu.
Cuando lo escuché en Ouishare por primera vez, no me lo creía. Resulta que en los bancos de favores la gente prefiere hacer estos antes que recibirlos; que en los bancos de tiempo la gente prefiere entregar el suyo a solicitar el de otros; que, con las monedas locales, prefiere que se las deban a deberlas ellos. Nada muy racional que digamos.
Lo racional sería primero pedir (favores, tiempo, dinero) y luego ver si das. ¿Premio sin esfuerzo? No hay dudas: tomar. Pero resulta que la realidad y nuestra propia experiencia nos dicen que esto no es así. Es humano el orgullo de tener una capacidad que sirve a otro, es humana la satisfacción de prestar, es humana la sensación de acumular crédito social por si llegara a necesitarse en algún momento.
Yochai Benkler concluye después de todo tipo de investigaciones y experimentos de comportamiento, en The Penguin and the Leviathan, que los humanos nos distribuimos de la siguiente manera: un 30% siempre coopera, otro 30% siempre va a la suya y, gran noticia, un 40%, depende. ¿De qué depende?
Depende del contexto. Si te dicen que este grupo es muy cooperativo, actúas de forma colaborativa; si te dicen que estás rodeado de tiburones, procuras no mirar a nadie a los ojos. Depende, por tanto, de lo que pensamos sobre nosotros mismos. Depende en buena parte de cómo están diseñados nuestros espacios públicos y privados y de cómo lo están los sistemas que utilizamos para interrelacionarnos. De la configuración por defecto.
El apoyo mutuo se expresa a sus anchas en las plataformas de la economía colaborativa y nos muestra una cara inesperada de ese ser económico que esperábamos ser. Quizás debamos poner en su sitio al maximizador de utilidades que nunca fue y ahora —que empezamos a conocernos— presentarnos tal como somos.
¿Reset?
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Smart mobility: los ciudadanos van por delante.
Blog
07/03/2013
Por @JaviCreus para Cat. Económica
Muchos de los ámbitos de las ciudades inteligentes dependen para su desarrollo de inversiones relevantes para desplegar redes de nuevos dispositivos y sensores, generar información e idear usos y servicios que justifiquen su instalación. Difícil, o por lo menos lento, en estos tiempos.
La movilidad es en este sentido diferente: por un lado el beneficio personal y colectivo en términos de ahorro de tiempo y recursos es evidente para todos; por otro, los actores principales del sistema movilidad somos nosotros -cada uno de los ciudadanos- y estamos localizados y conectados. Tenemos los sensores incorporados, sabemos dónde estamos, a dónde queremos ir, y en muchas ocasiones hasta cómo.
Te muevas andando o corriendo; en coche, en bus, en metro o en taxi, en bici o en moto; tienes ya en en alguna de tus pantallas soluciones para sacar rendimiento de tu vehículo o plaza de aparcamiento si tienes, disponer de coche o parking si te hace falta, rentabilizar los desplazamientos que ya haces; evitar incidentes y ahorrar tiempo y dinero en tus trayectos. Los modos de la economía colaborativa en combinación con la información abierta de los operadores de transporte tienen mucho que aportar en la gestión del tráfico urbano, y lo están haciendo. A pasos agigantados.
Empecemos por el mayor estorbo al tráfico urbano: nuestro querido automóvil en propiedad. Si lo tienes y no lo usas pagas los mismos costes de seguro, revisiones y depreciación entre otros. Si lo necesitas esporádicamente es muy posible que te parezca desproporcionado tener que comprar y mantener un coche para utilizarlo de vez en cuando. Si sólo tienes uno, pero en la vida eres varios -estas separado y a veces tienes niños y bicis y otras no, por ejemplo- resulta que lo que tienes no te sirve para todo. Plataformas para compartir vehículos tales como Socialcar.com permiten resolver el puzzle poniendo en relación a la gente que quiere poner su coche en alquiler y aquellos otros que quieren alquilarlo. Hasta las empresas están adoptando esta fórmula: alquilar a cada empleado su coche particular en función del uso corporativo que haga. Lo mejor, por cada coche compartido desaparecen diez de la calle. También con las bicis, en Stpln.es -un centro maker en Malmö, Suecia- las autoridades depositan las bicis deterioradas abandonadas en las calles y los ciudadanos pueden ir a construirse una juntando piezas de varias. ¿Uso exclusivo o compartido?
Quizás prefieras llevar siempre tú el volante de tu propio coche, pero viajas solo y te quedan plazas vacías. Puedes publicar tus viajes previstos en Blablacar.com y ofrecer tus plazas libres a otras personas interesadas en hacer el mismo trayecto que prefieran -al mismo precio- la comodidad del transporte privado sobre las alternativas públicas. Lo mismo si has optado o prefieres moverte en taxi, también puedes compartir el viaje con aplicaciones como Joinup, especialmente útil en los desplazamientos a y desde los aeropuertos. ¿Transporte particular o colectivo?
Una vez en movimiento, podemos utilizar el navegador del coche, el móvil o tableta y recibir por radio información oficial sobre el estado del tráfico y oportunas indicaciones para guiar nuestra ruta. Pero también podemos abrir aplicaciones que, como Waze, te aportan la información sobre accidentes, controles de policía y estado del tráfico que conductores como tu están aportando en tiempo real. Los usuarios de los trenes de cercanías de la Generalitat descubrieron Rodalias.info antes de que se lanzara la web oficial y desde entonces comparten a través de Twiter los retrasos e incidentes, pero también la información sobre las actuaciones musicales espontáneas que se producen en cada vagón, comentarios sobre las noticias de periódicos y radios o reinventan las típicas canciones de excursión escolar: “soy un rodalías, soy un rodalías todos los dias, viajar en tren me da alegrías” (#rod1, 23 de enero 2013). ¿Información oficial u oficiosa?
Incluso hay alternativas para caminar con más inteligencia, sacando rendimiento de tu trayecto o contribuyendo a ayudar a otros. La recién lanzada Etece.com te permite ser contratado para hacer recados por cuenta de otros, recoger paquetes, llevar la comida o la compra por ejemplo. Otras como Goodgym.org te proponen hacer el bien (sacar a pasear a un vecino en silla de ruedas o irle a hacer la compra) a la vez que te pones en marcha. Las personas que van en silla o los que tienen dificultades visuales han encontrado en las aplicaciones una guía de la ciudad adaptada a sus necesidades particulares. ¿Andar por andar?
A pie o sobre ruedas, sin necesidad de más infraestructuras que la confianza mutua, los ciudadanos están tomando la delantera en construir una movilidad urbana más inteligente, en la que se aprovechan mejor el parque de vehículos disponible, los trayectos que ya se realizan y la información dispersa de todos los que se mueven, a la vez que se abre la calle a ciudadanos con diversidad funcional.
El reto colectivo al que nuestras instituciones se enfrentan ahora es sacar más provecho de las infraestructuras de las que ya disponemos: complementarlas con sensores, dispositivos e interfaces (a ser posible de hardware abierto); poner la información que generan a disposición de todos y en formatos estándar para que cualquier ciudadano o programador pueda procesarlos y utilizarlos para sus propios fines; idear protocolos que permitan a algunos agentes cualificados operar directamente en ellas; priorizar los usos en los que los ciudadanos o la iniciativa privada ha detectado una necesidad real y la ha resuelto mediante la colaboración y el desarrollo tecnológico.
Esto se mueve.
photo credit: Amsterdamized via photopin cc
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La economía colaborativa también necesita sus leyes
Blog, P2P Economy, Smart Citizens
07/02/2013
Por @JaviCreus para nuestra revista amiga Yorokobu.
Todos entendemos que cuando instalamos Linux, alquilamos nuestro coche a un vecino a través de Social Car, pagamos la miel con Ecosoles o contribuimos a financiar un proyecto en Goteo estamos generando valor económico, social y, en muchos casos, ecológico.
Esta nueva economía actúa, unas veces, por omisión: la ropa secada al sol —en vez de en la secadora— no computa en el PIB, y los diez coches que se dejan de producir por cada automóvil compartido, tampoco; otras, se rige por creación: impulsa intercambios económicos y proyectos que de otra forma nunca hubieran existido. Resta situaciones que molestan y crea otras que aportan.
La producción medida en euros, las ocupaciones contadas en empleos, las propiedades documentadas ante notario no son las unidades de cuenta relevantes para esta segunda economía en la que la persona individual activa sus capacidades y propiedades personales en un entorno de confianza. Un ciudadano agente económico integral y cotidiano.
Nuestro sistema fiscal está basado en la propiedad centralizada, empresas tradicionales que generan empleo, transacciones en las que la falta de lucro constituye sospecha, obligaciones fiscales trimestrales independientes del volumen de actividad y en una legislación cambiante que exige el consejo experto para no cometer errores involuntarios.
Darte de alta como empresario para alquilar tu coche esporádicamente, cobrar en una moneda y tener que pagar los impuestos en otra, contribuir en un proyecto y no poder participar como microaccionista no son soluciones adecuadas para estos ciudadanos. La economía colaborativa necesita de sus propias leyes. Merece algo mejor que vivir al margen de la ley o temerosa de su estricta aplicación.
Hay ejemplos que marcan opciones más estimulantes. El Ayuntamiento de Bristol acepta el cobro de impuesto en la moneda local. Brasil y Uruguay eximen a la economía compartida de fiscalidad argumentando su contribución al bienestar social. De forma más pragmática, otros estados liberan los ingresos esporádicos hasta una cierta cantidad, también en España, aunque los casos y límites son difíciles de fijar.
Es inevitable que la innovación social vaya por delante de las leyes, pero también sería muy deseable que nuestros legisladores advirtieran ya el potencial de la economía colaborativa y decidieran crear un marco específico para sacarla de la tierra de nadie y favorecer su desarrollo.
¿Nos ponemos?
photo credit: Linh H. Nguyen via photopin cc
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Smart Cities: ¿ciudadanos, administrados, usuarios o vecinos?
Blog, Smart Citizens
03/01/2013
Por @JaviCreus, para Yorokobu.
Las ciudades inteligentes necesitan —para serlo— de ciudadanos inteligentes que sepan alimentarla de datos, interpretar sus informaciones y participar activamente en el diseño y uso de sus servicios. Hasta aquí hay un acuerdo unánime entre gobiernos, ciudades, empresas y ciudadanos. Después, la situación se complica: ‘ciudadano’ no significa exactamente lo mismo para cada uno. Con razón.
Ciudadano es el titular de derechos políticos, el miembro de una comunidad política sometido a sus leyes. Una vez fue la ciudad, y hoy es el estado para unas cuestiones y la Unión Europea, gracias, para otras. El ciudadano inteligente es, desde este punto de vista, el coreano, cuyo gobierno provee de conectividad y dispositivos inteligentes a sus menores como si de un derecho se tratara. Vaya país más raro.
Muchos nos llaman ciudadanos pero, en realidad, quieren decir ‘administrados, que suena peor. En las ciudades somos muchos, y cada uno quiere hacer lo que necesita o le place en cada momento. Alguien ha de hacerse cargo de tanto espontáneo y garantizar que las cosas funcionen. Para que la ciudad sea inteligente hay que organizarse. Hay que planificar, investigar, diseñar, vender y comprar, pagar y cobrar; y también hay que financiar. Además, para ahorrar, hay que invertir.
A otros lo que de verdad les interesa es cómo usamos la ciudad (seríamos sus usuarios). La gente de Gehl Architects ha acometido proyectos de transformación urbana como la humanización del tráfico en Times Square, en Nueva York. Su metodología se basa en la observación y en la introducción permanente de mejoras en pruebas hasta dar con la solución. La interacción entre la forma y la vida: carriles bici sin atropellos, por ejemplo.
Y luego están los vecinos, los de toda la vida, los que generan energía colectiva para engalanar sus calles en las fiestas, sacar a la virgen por Semana Santa o lanzar una campaña en Kickstarter para poner una estatua de Robocop en la plaza, como han hecho en Detroit. La contigüidad, el roce diario, la comunidad, los recursos compartidos. Los mismos vecinos, distintas tradiciones.
Charles Landry habló en la Smart City Expo de la ciudad colaborativa, de optimizar más que de maximizar, de la creatividad como precondición a la inteligencia, del descubrimiento, de la combinación de criterios y visiones, del proyecto de un nuevo civismo urbano que concilie intereses y converja en mejoras colectivas. Creadores de ciudad.
¿Simplemente cívicos?
Foto: Open Source Way bajo licencia CC.
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Gracias, Ronald, pero Monopoly otra vez no
Blog
30/11/2012
Escrito por @JaviCreus para nuestra revista favorita, Yorokobu.
Llego cansado del viaje, enciendo la tele para cambiar de pantalla y veo la última promoción de McDonald’s. Unos niños –no salen niñas– disfrazados de ricachones de los años 30 anuncian abundantes regalos con la compra de los productos y la posibilidad de volverte rico acumulando propiedades.
Me quedo frío. No me creo que el bueno de Ronald McDonald nos proponga volver a la casilla de salida, que incentive a nuestros hijos a empezar el mismo ciclo cuyas consecuencias estamos pagando ahora. Las habilidades que desarrolla el Monopoly son claras: la negociación y la gestión de recursos limitados. La estrategia la conocemos todos: gana el que consigue que los demás no tengan nada. Un juego de suma cero.
¿Es ésta la visión del mundo, del objetivo de los negocios y de las personas que necesitamos para salir de esta crisis nuestra de cada día? ¿Son éstas las capacidades que nos van a dar una ventaja para revalorizarnos, primero a nosotros mismos y luego a nuestros activos? ¿Es la imagen de la chistera y el puro la que queremos proponer a los niños?
Creo que no. Creo que no es una visión ni realista, ni útil, ni funcional, ni eficiente para el futuro que nos toca inventar. Si conseguimos evitar Mad Max, claro. Son recetas de otros tiempos: el Monopoly empieza su distribución masiva en 1935, justo después de la crisis del 29. Así era la economía entonces y ésa fue la receta durante muchos años. Así se mantenía en 1987 cuando McDonald’s lanzó por primera vez la promoción en los Estados Unidos.
Pero entonces no es ahora. Ni aqui ni allá.
El reto ya no es comprar o vender una mercancía limitada. Los retos de ahora son cómo crear valor –social y económico– de todo aquello que es abundante: toneladas de basura; miles de fábricas; mucho conocimiento y cada vez más datos en abierto; millones de jóvenes preparados y maduros curtidos; máquinas, equipos, dispositivos sin utilizar; materias primas que no llegaron a ser segundas. Suma y sigue.
Estos retos exigen, por lo menos, tanta cooperación como competencia. Yo diría que más. Porque las recetas que necesitamos desbordan el comprar y el vender: intervienen múltiples factores y agentes diversos; forman una red de complicidades y recompensas; resultan en más beneficios que el económico; devuelven en abierto.
¿Para cuando el juego de los huertos urbanos, fábricas de barrio, energías distribuidas, coches compartidos, talleres de recuperación de bicis, bibliotecas nodo de universidades virtuales, parques y hospitales?
¿Para cuándo el Commonspoly, Ronald?
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The makers, las fábricas de barrio y el derecho a recambio
Blog
20/11/2012
Escrita por @JaviCreus para nuestra revista favorita, Yorokobu.
Un movimiento está abriéndose paso en los barrios. Si no están en el tuyo, tú puedes empezarlo. Son los makers —productores—, las personas que provistas de máquinas de impresión 3D, cortadoras láser, brazos de robot o impresoras de circuitos digitales ‘hacen’ (fabrican, producen, crean) objetos: arte y artesanía, coches y robots, casas y muchas de las piezas necesarias para replicar sus propias máquinas también.
En Barcelona, en Madrid, en Berlín, Helsinki, Copenhague o Nueva York. Son fabricantes personales. Pueden fabricar lo que diseñan desde la primera unidad. Pueden, como apunta Chris Anderson, financiar lo que diseñan para un número limitado de compradores a través del crowdfunding. Pueden, propongo, devolvernos las fábricas al barrio.
Qué bueno sería tener una fábrica de proximidad, como un súper o un bar. Un lugar al que pudieras ir no solo con tu idea, sino también con una necesidad. El asa de plástico de la cazuela que se requemó. La cubeta del carburador de mi moto que ya no se fabrica. La junta imposible. Los recambios de todo.
La lucha contra la obsolescencia planificada empieza por la posibilidad de conseguir recambios para las piezas que se estropean. Es comprensible que un fabricante discontinue la fabricación de una pieza porque no exista demanda suficiente o porque ya no tenga los costes para producirla. Es comprensible que un distribuidor no la almacene si no tiene una mínima expectativa de revenderla en un periodo razonable de tiempo.
Pero ahora ya no es razonable. Tiramos muchas cosas. Tiraríamos menos si el fabricante dejara en abierto —disponibles para todos— los diseños de los artículos que ya no va a fabricar más. Algunos fabricantes optarían directamente por poner el conjunto del producto en abierto desde el primer día y se olvidarían para siempre del servicio postventa.
La democratización de la fabricación y el derecho al recambio pueden cambiar radicalmente nuestra relación con los objetos: fabricar lo que imaginas o conservar lo que amas con un esfuerzo sensato puede dar más valor —y más vida— a muchas de las cosas que nos rodean.
Porque el objeto solo muere cuando la información para reproducirlo muere con él.
photo credit: jabella via photopin cc
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Hackitat: un documental sobre el activismo hacker
Blog
12/11/2012
Por @paolaolmosvente
Nos encontramos en una era donde todo parece gravitar, sin prisa pero sin pausa, hacia un nuevo paradigma donde el poder centralizado es sustituido por el conocimiento distribuido y la participación colectiva. En este nuevo contexto, el crowdfunding (o financiación colectiva) parece emerger como una herramienta clave que redefine múltiples industrias y contribuye así a la “revolución de la propiedad”.
Una de las últimas campaña de crowdfunding para financiar un proyecto audiovisual viene de un grupo de artistas basados en Suecia que, a través de la plataforma Indiegogo, ha reunido casi 30.000 dólares para rodar un documental llamado Hackitat. El objetivo del proyecto es revelar los entresijos del activismo hacker y, para ello, se ha reunido con los hackers más relevantes del mundo. Ha observado a cada uno de ellos en su propio entorno (hackerspaces) y ha intentando comprender cuáles son las motivaciones que impulsan sus acciones y el sistema de valores por el que se rigen.
En un momento donde el ciberactivisimo ha derrocado dictaduras, ha revelado documentos comprometidos altamente confidenciales e incluso ha llegado a atacar webs corporativas de gran envergadura, este documental se presenta como una oportunidad para dar voz a un grupo de anónimos que comunican sus intenciones a través de acciones polémicas y legalmente cuestionables. Sin embargo, su mensaje principal parece claro: los ciudadanos solo podremos preservar nuestros derechos de libertad si la tecnología se mantiene libre.
Como declara uno de los directores de Hackitat, “esta es una historia conectada a internet y queremos que sea financiada por internet” .
Artículo publicado en Yorokobu, la revista favorita de Ideas for Change.
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El poder de lo abierto y las estrategias de la contribución llegan a Helsinki
Open Business Models
18/09/2012
Queremos compartir con vosotros “The power of open: business strategies in the era of shared resources” (El poder de lo abierto: estrategias de negocios en la era de los recursos compartidos), el concepto que Javi Creus presentó ayer en Helsinki, en el marco del Open Knowledge Festival.
El OK Festival es un evento fantástico; una semana completa de presentaciones, talleres y hackathons y eventos relacionados que copan la ciudad de Helsinki desde el 17 hasta el 22 de setiembre. Más de 800 personas de todas partes del mundo se congregan para discutir y compartir en torno a la posibilidades del conocimiento abierto.