Este post tiene una historia. Es más un ensayo, está muy largo y está lleno, sí, de indirectas (cosa muy rara para mi, pero hoy, algo que considero aplicable, para no lastimar si es que me equivoco en mi lectura). Los nombres se han ocultado para proteger a los inocentes (y a los que no lo son tanto), pero si revisas tu perfil de Facebook verás que es completamente real también para tu vida, así que no te espantes por lo largo de mi texto. En la vida digital de mi esposa y mia hemos sido los primeros en muchos círculos en los que hemos estado involucrados, en hacer una u otra cosa. De la inmensa mayoría de nuestros conocidos de la adolescencia e infancia, Akire y yo fuimos los primeros en tener una cuenta de Facebook, allá por el 2007, cuando tenía menos de medio año de estar abierto a todo el mundo y no necesariamente a los estudiantes de los Estados Unidos.
Prácticamente metimos a la fuerza a familiares y amigos cercanos. Poco a poco fueron entrando otros, amigos y conocidos, primero los blogueros y después los que teníamos años de ver y que habíamos dejado de tratar. Para cuando la gente lidiaba por entender qué era eso de “dar un toque” nosotros ya habíamos comprendido con mucha claridad que facebook tenía el mismo efecto de lo que yo llamo “síndrome de la divinidad” que se presenta en muchos usuarios de foros virtuales; sólo que aquí se ampliaba, porque se presentaba con personas que muchas veces se conocía de frente o incluso con quienes se veía fuera del blindaje digital.
Facebook era entonces, al menos para mi, un medio para hacer “microbloging”, escribiendo ideas cortas y midiendo la reacción de la gente, que muchas veces era la de reír y pensar, discutiendo el punto expuesto en mi doble sentido, porque he allí el ejercicio. Y es donde entra una de las características de la Web 2.0: se hace de la conversación, el debate y la discusión; tres cosas donde no necesariamente estar de acuerdo es aprender y donde disentir no es igual a ofender; pero muchos se ofenden.
Ese Facebook de 2007 era entonces ocupado por quienes ya teníamos principalmente algo de experiencia en la web, porque teníamos foros, blogs o participábamos en chats públicos. Yo tenía ya para entonces más de 10 años de “navegar” por la web y junto con mi esposa nos movíamos bastante bien. Lo que arruinó todo ese “conversar y aprender” (así, en infinitivo) fue la llegada masiva de personas que vieron la oportunidad de trascender, crecer o de ganar influencia, no siempre de la forma adecuada. Al principio, algunos dejaron sus cuentas congeladas, con el pretexto de que “no entendían eso” o que “no les hacía falta”. Uno o dos años después volvieron encontrando decenas de amigos viejos y nuevos y entonces generando ecosistemas donde ellos eran quienes importaban. Más que un “medio de comunicación” (que no es tal, pero así le dicen) lo comenzaron a ver como un pedestal; un espacio para decir “yo pienso” mientras que, cuidadosamente, se rodeaban de quienes, debido a sus coincidencias, pensaban muy parecido o incluso igual.
No es algo raro. En las películas de adolescentes Estadounidenses nos pintan al grupo de las porristas y al de los futbolistas, siempre con oportunidades de hablar en público, con la atención de todos, haciendo cosas maravillosas y siempre cerca de las personas importantes. En el fondo, los inadaptados de cabellos grasosos y lentes de pasta con decenas de plumas en la bolsa de la camisa y migajas del sandwich preparado por mamá a lo largo del lábio. Los nerds, siempre andarán tratando de parecerse a los populares de la escuela, en esta historia que refleja escuetamente lo duro de la realidad.
La niña bonita, porrista, bien vestida – casi siempre rubia – presidenta del consejo escolar, invitada a todas las fiestas, asistente de los invitados famosos, recomendada por los maestros y directores y, perseguida por montones de chicos. Su familia le ha dejado claro que debe de juntarse con los mejores, en todo caso con “los de su clase” y, aunque se le dice que no abuse, realmente se le enseña que es mejor a todos, porque le dan lo que pide, obtiene lo que quiere, se ríen de sus chistes, está en las mejores mesas, de las más importantes comidas. Es la mejor.
Otra chica, nerd de seguro, morena, quizá incluso de una etnia minoritaria, usa lentes porque los necesita, no le importa vestir a la última, destaca sólo cuando alguien le pone atención y no siempre lo hacen, porque esa persona está en lo que le interesa; y lo que le interesa no es quedar bien con todos, o sentarse en la mejor mesa o platicar con el invitado. Lo que quiere es cumplir su rol en la vida, aprendiendo, escudriñando y seguro equivocándose. De hecho, se equivoca tanto que regularmente queda en ridículo. Cuando intenta entrar al equipo de porristas, la rubia presidenta de porristas y la clase dice que no, que las estrellas no están en conjunción para ello y, que si lo estuvieran, aun así no entraría. Si la nerd se queja ni los maestros ni los directores le creen, porque la porrista es la más linda criatura e incapaz de hacer daño a nadie. Nunca la han visto hacer daño a las chicas, aunque lo hace; jamás han visto sus desplantes en el baño presumiendo sus dotes frente a otras, cosa muy común; nunca han prestado atención, ni alumnos ni maestros, a que toda esa figura tan clásicamente perfecta es una máscara que esconde miedo a la soledad, que se siente rechazada, que nació en una familia disfuncional y que, amable y honestamente, su familia intenta cubrir con posesiones duramente obtenidas y con amistades potentadas lo que otras personas tienen al nacer: una vida plena.
La chica nerd, como sucedió a Bill Gates o a Steve Jobs, al crecer siguió siendo nerd; de hecho, se puso más nerd. Pero a pesar de pasar por hambres, por vicissitudes varias y por problemas que crearían libros muy interesantes, logró lo que pocos logran, esto es, el derecho a ser ella misma. La porrista siguió siendo eso, una porrista; es decir, siguió siendo la misma persona que intenta imponer su modo de vida de manera discreta y ejemplificando en ella misma. “Cuando yo hice eso, pasó aquello”. “Es genial tener todo lo que tengo y tan bonito, gracias a Dios por todo lo que tengo”. “En esto que hago, soy la mejor”. Es decir, la misma, sólo que en su escalar social y financiero ha seguido brincando de rama en rama hasta ver la luna más de cerca y cree que el brillo llega al piso desde ella cuando en realidad viene de Selene. La cosa es que esta popular porrista es ahora más grande y así como grande es lo que ha ganado en su escalada, así también su frustración por lo no obtenido. Entonces abraza fuertemente lo que tiene, lo reviste de glamour y ¡boom! Se sube al pedestal frente a otras exporristas y todas aplauden. Se aplauden entre ellas, de hecho. La chica Nerd, siempre apegada a la familia poseía decenas de cosas tan comunes como una protectora familia que le negaba cosas porque no la consentían; le enseñaban a ganarse la vida e incluso a vivir sin posesiones a pesar de tenerlas; esta bella genio escondía tras sus anteojos gruesos una creatividad sin límites y capacidades que le hicieron llegar muy lejos… sin llamar la atención.
Así es la cosa cuando llegamos de nuevo a Facebook. Donde los planetas chocan, los mundos se encuentran y los pasados se enfrentan. ¿Cuantas personas de tu pasado tienes en tu lista de “amigos”? Yo muchos y me siento mal de quitarlos a pesar de que tendo más de una década de no hablar con ellos. En todos estos años hemos aprendido a ser diferentes (no todos y no en todo), pero algunos, como yo, que era un nerd en mi juventud y lo sigo siendo ahora, hemos aprendido que al salir de la escuela no puedes seguir siendo porrista o futbolista, porque hay que ocuparte de aquello para lo que naciste. Algunos comprendemos que la adolescencia ha pasado y somos felices en lo que hacemos; otros dicen ser felices en lo que hacen y aun siguen en la adolescencia, es decir, dándole importancia a verse bien, llamar la atención, ser el centro de gravedad se sus propios planetas y mantener las cosas en su orden (es decir, “el orden suyo de ellos”).
Así las cosas mi perfil está lleno de personas que conocí, pero ya no conozco; y al menos a mi me da pena quitarlos, porque son imágenes de mi pasado y ver de pronto cómo van y vienen por la vida me da la oportunidad de estar al tanto de ellos. A veces no ha sido buena la experiencia y de hecho, siempre es por ser “yo mismo”. Una vez enco