A las 4:30 de la mañana me despertó el ruido de algo que se caía y se rompía en algún lugar del departamento.
Cuando tu papá tiene –entre varios problemas de salud– epilepsia, escuchar un ruido así es aterrador. Te imaginás lo peor, porque lo peor está siempre a la vuelta de la esquina.
Salí corriendo, prendí las luces y lo encontré bien, parado, rezongando porque había tirado un florero sin querer mientras trataba de apagar el aire acondicionado. El piso estaba lleno de vidrios y yo le había pasado corriendo descalza por al lado. No me destruí el pie de casualidad.
Volví a la cama pero me costó dormir, la adrenalina no es algo que se vaya así como así. Di mil vueltas hasta que caí en un sueño en el cual no me querían, y yo me cansaba de intentarlo.
No es extraño que me haya quedado dormida a la mañana; el despertador sonó y le apreté snooze hasta una hora después. Espero que el resto del día sea mucho mejor.