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Croquis de un cartógrafo:
Notas sobre El reparto de lo sensible de Jacques Rancière

Por Eduardo Serrano Velásquez




 

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Para mí se trataba precisamente de eso; de hacer rutas de viaje, de trazar cartografías, de  instalar estaciones de trenes. De construir autopistas o abrir subterráneos en la tierra.  De eso se trataba precisamente la escritura; de escribir como haciendo recorridos, de escribir como haciendo mapas, un juego de apariciones y desapariciones. Algo así como ser un cartógrafo y diseñar planetas, países y ciudades. Fijar una serie de puntos  en el espacio para dar con la  forma final de un mapa, la representación gráfica de un territorio. Como en los dibujos punteados donde se debe juntar con una línea  los distintos números spacer dispuestos sobre la hoja de papel, para dar finalmente con la forma de una imagen. Y para mí se trataba precisamente de eso; de hacer el mapa  y dejar que una línea mental  uniera los puntos o números de dicha imagen.

Escribo esto mientras leo El reparto de lo sensible  del filosofó francés Jacques Rancière. Reparto que sólo puedo visualizar como un mapa o carta de navegación.  Una amplia superficie sensible fragmentada por numerosas líneas, curvas y otras figuras, para administrar en el pensamiento abstracto un determinado territorio. Territorio intelectual o campo de batalla donde entra en juego la forma y el criterio de la división. Ciudades enteras hechas de carne y hueso. Un ejercicio filosófico de poder, como escribió Nietzsche, por ese re-parto de espacios donde un trazado de líneas se impone sobre otro. Porque el mapa sin duda es una imagen que llevamos tatuada sobre la piel, una imagen incrustada en las costillas como el mismo lenguaje. Una administración, o mejor dicho, una dosificación particular de los espacios, un gotario de costumbres y de conductas, “de  formas de ver, decir o hacer”.  Un reparto como una re-partición, es decir, un constante ejercicio de hacer pedazos, una obsesión por reducir a fragmentos, una maquinaria estética que no deja de partir el territorio en mapas.

De alguna manera el mapa es la representación gráfica de todos nuestros acuerdos políticos y morales. Un largo prontuario de torturas y patologías. La representación gráfica de un territorio que originalmente no tiene forma ni cara. Pero es efectivamente a través de las artes y las letras, como escribe Rancière,  que podemos reconfigurar esas direcciones. Es a través de éstas que podemos reconfigurar el orden de esa gran cartografía de lo sensible, de ese gran árbol de recorridos que regula nuestros supuestos roles de tranquilos ciudadanos responsables. Son éstas las que le inyectan nuevas direcciones al gran mapa económico y político del urbanismo, o mejor dicho,  al gran urbanismo que llevamos impreso en nuestro pensamiento, como buen rebaño o pieza más del rompe-cabezas. El arte tendría, de este modo, la potencia para re-articular las posiciones, para volver a  reinventar las direcciones de los mapas urbano-mentales, para volver a re-anudar los extremos gastados de la cartografía.  

Este ejerciciode ir cimentando desviaciones o re-partiduras en los espacios, produciría, a la vez,  una desviación en los sentidos, es decir, una desviación en las formas convencionales  de ver y decir lo que vemos. Algo similar, tal vez, a “un largo y razonado desarreglo de los sentidos”, como escribió  Rimbaud en las Cartas del vidente, sólo que en este caso sería algo como “un largo y razonado desarreglo de la cartografía”. Dicho de otra manera, funcionaría como una especie de máquina de alucinaciones, como una especie de fábrica de shock visual o perceptivo que, en la mayoría de los casos, parecen ser la misma cosa. Es decir, una alucinación, independientemente de su origen, es también un viaje, un recorrido, una partida, un regreso, un lenguaje, una bifurcación del urbanismo. Y entre la partida y el regreso de esa ausencia que vendría siendo la alucinación, se encuentra la creación del mapa, la exploración del territorio. Una especie de conocimiento o instrucción que se adquiere durante el viaje, que te permite instalar puntos de observación distintos, distintas maneras de movilizar la escritura. El viaje y la alucinación te arrancan de los desplazamientos cotidianos proponiéndote el peligro de la pérdida, el famoso juego de apariciones y desapariciones. Descocer  las comisuras del mapa  para intentar reorganizarlas. Proponer nuevas formas de amarrar la visibilidad de las cosas “por un largo y razonado desarreglo de los sentidos”. Y hasta pueden ser los mismos desplazamientos de todos los días,  si se prefiere, pero arrancados de su labor y significado convencional, re-injertados sobre una nueva geografía poética.

Para Rancière esto parece ser fundamental. Se trata de arrancar, de trastocar, o de trastornar el mapa en virtud de otro “reagenciamiento de signos”. “la política y el arte, como los saberes, construyen ficciones” dice Rancière, proponiendo un desarreglo y una mixtura entre ambas disciplinas. Se trata de construir para romper en cartas de navegación, en rutas de viaje, en alucinaciones, en otras alternativas de lenguaje que permitan volver a re-partir los espacios y las posiciones. Y es a este ejercicio, precisamente, al que Rancière denomina estética; una re-dosificación de espacios y conductas, una re-división de los territorios y trabajos, una re-inclinación por regular y administrar el campo de lo visible. La política y el arte construyen ficciones porque tienen efecto sobre la realidad. Sus discursos inciden directamente en nuestras retinas  ya que ambos se encuentran completamente entrelazados.

No sólo se trataría entonces de construir rutas o itinerarios de viaje, de trazar grandes cartografías sobre océanos ripio, de fragmentar superficies en múltiples espacios y líneas; no sólo se trataría de eso, sino también, y tal vez con mayor precisión, de re-cartografiar lo que ya estaba hecho sobre el mapa y el territorio, de re-considerar las dosis con que generalmente nos tragamos todo lo que vemos, de re-movilizar  nuestro lenguaje y gotario de ficciones, de re-conducir, en definitiva, la estética, nuestro propio juego de apariciones y desapariciones.



 

 

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Croquis de un cartógrafo:
Notas sobre "El reparto de lo sensible" de Jacques Rancière.
Por Eduardo Serrano Velásquez

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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